Un poeta argentino, Ricardo Gutiérrez, en 1878 cantaba así:
"¡Oh tarde, tarde bella,
que vuelcas sobre el mundo el firmamento
en el fulgor de tu primera estrella!
Tú me templas el alma solitaria;
siento en tu seno una armonía,
siento como un ángel que llora."
que vuelcas sobre el mundo el firmamento
en el fulgor de tu primera estrella!
Tú me templas el alma solitaria;
siento en tu seno una armonía,
siento como un ángel que llora."
El poeta se siente sobrecogido por la maravilla de la tarde. Seguramente una tarde como tantas tardes por las que todos transcurrimos sin verlas, sin saberlas, sin sentirlas. Él, en cambio, la percibe.
¿Pero qué significa "la percibe? ¿Por qué él y no yo? ¿Por qué él y no tú? Porque él está dispuesto a percibirla. Porque él se ha hecho violín para que cualquier briza al rozarlo lo haga cantar.
¿De dónde brota el canto? ¿Del violín, de la brisa? El poeta que capta la belleza de la tarde al brotar de la primera estrella entiende que es la tarde la que obra su efecto milagroso en él, siente como un ángel que llora.
El poeta, en realidad, construye la realidad. Eso significa en griego poeta: hacedor, constructor . Él decide que esta tarde es maravillosa y en efecto lo es porque él decide captar la maravilla de la tarde. Y ella es maravillosa. Y ella opera en él su efecto, pero por interacción de ambos, del percibido y del perceptor.
Él hace del ahora un hoy y del momento un placer. Es el placer de vivir, de sentirse sintiendo.
Nada hay en la tarde para obrar milagros. Todo hay en ti para generar la tarde y el correspondiente milagro.
En "Sabiduría de la Vida" Booket, 2004. Pp 199-200.
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